En 2019 el equipo de Nube Lab visitó el taller del artista Javier Otero para conocer sus procesos creativos en primera fuente. A estas visitas, que se vienen realizando desde 2015, Nube les llama “Tallereando”. Pero, ¿qué es el tallereando? “Tallerear” es abrir las puertas de los distintos espacios de trabajo donde se desenvuelven los artistas del equipo Nube para compartir en el amplio sentido de la palabra: presentar, conversar y entregar opiniones sobre las labores artísticas entre compañeros.
Este año, después de un largo tiempo de espera, fueron editados los registros de aquella visita al taller de Javier. El video está disponible en el canal de YouTube de Nube Lab y en él se pueden captar parte de las interesantes conversaciones ocurridas en aquel contexto.
Con ánimos de complementar los contenidos esbozados en el video, quisimos dialogar con Javier Otero para conocerlo en profundidad, como persona, artista y en sus diversas facetas trabajando en Nube.
Céline Fercovic: Hola Javier, gracias por darte este tiempo. Quisiera comenzar la entrevista preguntándote por tus inicios en el arte. ¿Cómo te encontraste con el arte en un principio? ¿ Cuál fue el enganche o cómo te interesaste?
Javier Otero: Mi primera aproximación al arte, me imagino como muchos niños, fue dibujando. Me acuerdo de un momento preciso. Estaba haciendo un dibujo y descubrí algo nuevo que me amplió el espectro de lo que podía hacer. Eso nuevo fueron los carboncillos y esos lápices que no solo hacen una raya sino que tiene la posibilidad de difuminarse y convertirse en otra cosa. Me topé con una materialidad novedosa. Debo haber tenido unos 11 o 12 años. Además, tenía un amigo que dibujaba espectacular y yo lo admiraba mucho. Él tenía este set de lápices raros, lápices como rasposos, no eran el típico lápiz de color que todos teníamos. Me llamó mucho la atención cómo se podían transformar las formas hechas con esos materiales. Si le pasaba el dedo se convertía en un polvo, era mágico. Te prometo que nunca me voy a olvidar del momento en que descubrí ese efecto, me cautivó totalmente. Creo que ahí hay algo importante en el descubrimiento del arte. Un poco más adelante, empecé a trabajar con mi papá en sus maquetas de trenes en miniatura, un trabajo minucioso, de paciencia donde también se combinaba la pintura con el volumen. Ya en la adolescencia tuve la oportunidad de viajar a Alemania de intercambio. En ese viaje, una de las cosas que me entusiasmó fue el grafiti. Ver grafiti en todas partes, sobretodo en el metro, ver esos mundos de color en las murallas, colores unos encima de otros. Ver los distintos estilos. Quedé rayado con eso. Al volver comencé a comprar revistas, buscar en internet y me hacía carpetas organizadas por las distintas tipologías. Me encantó. Eso fue a los 16 años.
CF: ¿Cómo empalmaron todos estos intereses y nuevos descubrimientos en los años que siguieron? Quiero escuchar sobre tu camino profesional hacia el arte ¿cómo te dirigiste a esa área?
JO: Algo súper importante para unirlos fue asistir a un electivo del colegio. El electivo estaba dirigido a alumnos que querían estudiar arquitectura o carreras más creativas. En esa clase hice muy buenas migas con la profe. Ella nos sacaba a croquear, a explorar la pintura y el dibujo. Todos los ejes del electivo me gustaban y ahí encaucé mis intereses. Saliendo del colegio decidí entrar a estudiar arquitectura pensando que era básicamente ser artista, pero la decepción vino cuando el computador se te pone al frente y te das cuenta que no lo vas a soltar nunca más, que no hay opciones sin computador, que eso romántico de dibujar los planos a mano se te tiene que acabar luego porque no sirve en el progreso de la carrera.
Mientras estaba en el segundo año de arquitectura fui con mi papá a una feria de arte. Ahí vi otros lenguajes. Recuerdo haber visto un video de León&Cociña y pensar “¿qué es eso?” “me encanta”, “quiero hacer algo así”. Habían también unas esculturas de Salineros, y yo pensé “que increíble estos materiales, yo quiero hacer eso” y ahí le dije a mi papá, “me voy a salir de arquitectura, esto se acabó”. Él quedó sorprendido, pero la decisión ya estaba tomada.
CF: Entonces fue un bichito que te estaba picando y al llegar a esta feria de arte contemporáneo hiciste el click. ¿Algo así pasó?
JO: Sí, así fue. Dije: “sea como sea, yo voy a hacer eso”. Y así fue. Me salí y luego entré a estudiar arte. Obvio que en los primeros años de estudio también sobresalieron miles de incertidumbres, pero de apoco comencé a tenerla clara, a saber para dónde iba la cosa.
CF: ¿Crees que hay una especie de ida y venida, de complicidad entre tu paso por la arquitectura y el arte? ¿Quizás una cierta estructura de la arquitectura que la heredaste en tu práctica artística?
JO: Sí, podría decir que sí. También podría decir que estos mundos se entrelazan. De la herencia del trabajo de mi papá, el dibujo, las matemáticas y la arquitectura sale todo lo que hago actualmente. En el caso de mi papá es el trabajo con miniaturas, el interés por las pequeñas cosas. Ese interés es desde el objeto precioso y realista que tiene que ser fiel a lo que existe en el mundo. En el caso de la arquitectura, que lleva la representación a una imagen factible de construir en la realidad, me quedo con esos medios de representación y puntos de vista, ahí está la herencia. Y en la exploración del dibujo, me mantengo trabajando desde las mismas capacidades que te contaba: los carboncillos, los medios secos con los que hay una línea y también su expansión en el polvo.
CF: Javier, ¿y qué pasa cuando terminas tus estudios universitarios?
JO: Primero, una de las cosas que rescato de la universidad es la amplitud teórica-conceptual sobre los materiales y de su interacción. Por eso pude descubrir la instalación estudiando. Darte cuenta que todo puede ser un material con el cual trabajar fue meter la cabeza en un terreno muy basto donde se corren los límites y esos límites quedan definidos por tus convicciones e intereses. De todos modos, al salir se produce un quiebre interesante, es pasar al mundo real en el que hay que trabajar, tener un taller, etc.
CF: Suena duro. Si entiendo bien, es hacer de ti mismo un profesional, tú el encargado de profesionalizarte.
JO: Exacto. Ahora estás solo. Ese camino me llevó a cambiar la escala. De estar haciendo cosas muy grandes empecé a reducir el tamaño cuidando los resultados. En la universidad y en los primeros meses de egresado yo sentía que me estaba haciendo cargo de la urgencia del momento, es decir, quería lograr algo como fuera, con los materiales que tuviera a la mano: lo lograba, lo construía y se condensaba la idea. Luego, al tomar distancia y en el escenario de profesionalizar el trabajo, vino el cuidado por la obra de arte, por sus detalles, por una obra cerrada alejada de la serie de ejercicios. De esa manera se redujeron los tamaños y me mantuve concentrado en una obra de principio a fin.
CF: En este proceso que relatas pareciera que recorriste un camino en solitario, más bien individual. Sin embargo, tu participación en Nube demuestra una inclinación por el trabajo colaborativo. ¿Cómo has explorado lo colectivo?
JO: Ha estado presente. Saliendo de la universidad creamos el colectivo De Facto con Paula Solimano y Marco Bizarri . El colectivo fue una instancia colaborativa y también una estrategia para movernos de nuestra zona de confort, o sea, de lo que veníamos haciendo individualmente. Uno de nuestros primeros desafíos fue postular a una feria de arte con una obra colaborativa -construída a 6 manos- y muy participativa con el público. Fue una experiencia muy interesante. Hablando desde mi perspectiva personal, esta experiencia mezcló el ámbito material, el participativo y la comunicación. Esos ámbitos unidos te nutren mucho porque la interacción con la gente, saber opinión, la retroalimentación que te entregan es clave para completar el entendimiento de lo que estás haciendo.
Poco tiempo después, estuve en otra experiencia de colaboración. Con un muy buen amigo arquitecto, Franco Gherardelli . Con Franco levantamos una exposición en el espacio de residencia CANCHA donde incluimos distintas obras que trataban la temática del juego que, por lo demás, ha sido un tema transversal en mi investigación. Con Franco logramos una complicidad única al momento de trabajar. Fue una experiencia entretenida, buena, desde el momento de pensar las obras, generarlas, producirlas, trasladarlas, instalarlas. Una vez montada la exposición, también sacamos las obras a pasear por el centro, a jugar con personas en el espacio público. Me acuerdo cuando llegamos al mercado y jugamos con los señores que cortan el pescado usando una obra armada a partir de pelotas magnéticas.
Con tu pregunta, me acordé de mi primer Tallereando Nube. Esa actividad en la que me visitó el equipo fue en esta exposición. Tuvimos largas conversaciones, en especial sobre un tema en particular en el que todavía reflexiono: el cuidado de la obra final y las decisiones sobre su apariencia versus su funcionalidad y urgencia. Te pongo un ejemplo: yo quiero hacer una cancha magnética, ¿qué tengo? tengo madera. Eso deviene en una estética inmediata, precaria, centrada en el funcionamiento, en poder llegar a un resultado concreto. A ese proceso, yo lo llamo “de la urgencia”. Estando en CANCHA realizando el Tallereando, la conversación abordó -en definitiva- cuánto pienso el resultado de las obras. En ese momento yo no estaba conscientemente preocupado por la factura, sino más en la función y la intención. Me interesaba aún más la jugabilidad, la recepción de las personas, y no el objeto precioso. Lo importante era que no se rompiera al tocarlas.
CF: Yo pensaba preguntarte sobre las transformaciones de tu obra en el tiempo, pero creo que ya me lo has contestado sin hacer la pregunta directa.
JO: Sí, es cierto. Hay una última acotación que me gustaría mencionar a propósito de esa pregunta. Una vez que me di cuenta de esa “urgencia” y la exposición terminó, llegué a mi taller muy atravesado, había tenido un pésimo día, estaba enojado y me puse ha hacer una rayas con un barra de óleo que me habían regalado, casi botando energía en el acto, iracundo, y salió algo que me sorprendió, un dibujo, y ahí comencé a dibujar nuevamente y tomar una vía creativa más suelta. Si bien yo antes dibujaba más como método de pensamiento y de planificación de lo que quería hacer, desde ese día me solté y empecé a usar más colores, más materiales, mezclas que derivaron en técnica mixta con óleo en barra, pasteles secos, lápices de colores, carboncillo, lápiz a tinta. Y me di cuenta que este nuevo mundo abstracto era algo que no había hecho nunca, tenía una libertad, una soltura y me daba más posibilidades prácticamente infinitas. Eso fue en lo que me quedé, podríamos decir la última transformación.
CF: Ya veo, una faceta expresionista abstracta espontánea que lleva también, paradójicamente, a la figuración. Javier, hablemos ahora sobre lo que te mueve a crear día a día. En el fondo quiero preguntarte sobre tu proceso creativo, pero agarrándome de algo que hablaste en la visita a tu taller que es sobre el frenesí, de ese impulso interior, de ese motorcito que te dice “démosle”.
JO: Para mi esto, el arte, es un ejercicio diario. Me imagino a un atleta que va a entrenar todo los días. Yo hago lo mismo. Esté deprimido, esté cansado, esté feliz, sea como sea, voy y hago algo. Esa misma hambre de ir haciendo cosas tienen cabida material que se me pasa por delante. Me dan ganas de tener un taller más grande con zonas limpias y sucias para experimentar y ver cómo se comportan los materiales. Pero, con el espacio que tenga voy a aprovechar. Los días que me queden los voy a usar. Es algo que no siento como un trabajo, sino como el mejor pasatiempo que puedo tener. Eso es ir al taller para mí.
CF: Entonces hay mucho de disciplina en la creación.
JO: Sí, totalmente.
CF: Acompañado del lado más experimental y de la investigación material.
JO: Sí, y del recorrido de la calle. Eso es un input creativo diario. Por ejemplo cuando estaba en Matta, cada cuadra era riquísima en materiales, en cada cuadra hay 300 locales distintos con el espectro completo de materiales. Es motivante. Y siempre estoy volviendo ahí, a 10 de Julio y sus fábricas. Eso mezclado con ir al taller.
CF: En el Tallereando Nube de 2019 dijiste: “dibujar es como escribir”. Hablaste de ir del esquema al dibujo y cómo eso va condensando las ideas. Para ti, ¿en tu dibujo hay una especie de alfabeto?
JO: Sí, creo que uno como artista va generando un maletín de símbolos, del alfabeto, de recursos. Y sí, para mi el dibujo está ligado a la escritura. Hay operaciones que se van repitiendo y uno las identifica como su acervo gráfico. De hecho, me hiciste volver a mi infancia. Cuando era chico me llevaban a la casa de mi abuela y mi bisabuela. Ella escribía poesía y cantaba canciones populares. El gusto o vínculo entre la palabra y la escritura, y lo que gatilla en la imaginación, es potente. La poesía, un verso pequeño es la amplitud máxima, la descripción de una palabra, el uso de la palabra precisa para describirlo todo o -todo lo contrario- rodear lo que quieres decir sin decirlo, sin nombrarlo. La manera en que las palabras mueven la imaginación me marcó y ha sido el referente de mi vida.
CF: Mencionaste la palabra referente en relación a tu biografía. Quiero profundizar en ello. ¿Me podrías hablar sobre tus referentes artísticos, esos que te han marcado?
JO: En lo concreto hay dos. Dos que siempre estoy mirando. Uno es argentino y me encanta su dibujo, me ha influenciado un montón en la forma de abarcar los formatos. Él se llama Matías Duville . Mezcla el dibujo con la instalación, un dibujo muy oscuro que es muy distinto a lo que yo hago pero me mueve la guata. Y por otro lado, en el mundo de la instalación y la escultura Sarah Sze, es una instaladora que trabaja con todo lo que la rodea. Así va construyendo verdaderos universos de micro cosas instaladas en el espacio y armando construcciones que ocupan lugares como el hall de un aeropuerto. Sus trabajos son de una envergadura gigantesca y hechos a partir de puras cositas encontradas. Desde que la conocí me voló la cabeza.
CF: ¡Buscaré! Javi, si tuvieras que definir los temas que cruzan tu obra, ¿cuáles dirías que son?
JO: Hay algo que siempre está presente pero a veces queda relegada a mi pulsión por trabajar y a un pensamiento que tiene más que ver con lo rizomático de un mapa conceptual que nunca se acaba. Pero este último tiempo estuve dándole vueltas a mis temáticas, y creo haber llegado a una certeza: lo que siempre ha estado presente es el ser humano como artífice, factor y actor de cambios en su entorno. Esta dimensión la he abordado conscientemente desde la idea de juego. Sin embargo, actualmente he ampliado la visión del juego hacia la esfera y el tema del poder. En el juego, las reglas, su terreno, sus participantes, su arbitraje, etc, hay un ejercicio de poder. Las redes del poder, que en mi cabeza son muy dibujables, se van entrelazando y los personajes que ejercen el poder influyen en las políticas públicas, en cuestiones que nos afectan diariamente a todos.
En algún momento de mi vida tuve la oportunidad de conocer varios de esos personajes poderosos de Chile y quedé rayado. Yo tuve una beca, por eso los conocí. Todos ellos tenían negocios extractivistas, la matriz chilena es así: o vendo la celulosa, o vendo el cobre, el litio, etc. Esta extracción es del suelo, el hombre socavando el suelo. Y yo, las cositas que ando buscando están en el suelo, entonces el hecho de estar socavando lo mismo que tú estás pisando todos los días es destruir la superficie donde estamos parados. En los dibujos que hago, esos como de meteoritos, la temática que los cruza es el poder extractivista que socava. Se pueden ver ambientes agujereados, una roca que está flotando porque no tiene ningún sustento, está llena de hoyos, escalones, punzones. El ejercicio del poder podría ser lo que atraviesa todo mi trabajo, pero es una idea reciente que tengo que empezar a desmembrar, a pensar o reflexionar más para hacerla mía. Por ahí voy.
CF: Te sigo. Ahora que lo mencionas, es lo que he visto en esas obras. Los paisajes que describes traman una dinámica corrosiva. Javi, ahora me gustaría preguntarte por tu llegada a Nube Lab, por tus roles en la fundación y tu visión del que Nube articula.
JO: Llegué por invitación de Paula de Solminihac. Nos conocimos mientras yo estaba en la universidad haciendo mis obras de mayor “urgencia”. Estaba en un proceso de laboratorio muy científico, interesado en el sonido y su síntesis, en obras sonoras a partir de inventos con objetos que produjeran y captaran ruidos y luces. Estaba pelando el cable. Paula me dijo “te quiero invitar a Nube Lab como artista-profesor para que desarrolles esto con los niños”, y con “esto” se refería al lado inventor. Llegué a Nube el 2014. Ese año terminamos con una exposición en el Centro Cultural Santa Rosa donde mostramos una obra tipo instalación hecha con lámparas. Las lámparas iban al muro, un entramado de ampolletas, tubos de pvc. La instalación fue colaborativa, con todos los niños, y se condensó en una gran escultura lumínica.
CF: ¿Cómo es el proceso que viviste en Nube como artista-profesor y en los proyectos que has movilizado desde dentro?
JO: Nube funciona de una manera colaborativa en toda esfera: en las actividades que les planteamos a los niños, en las reuniones que tenemos en equipo, en nuestra llegada a la sociedad a través de proyectos como el Nube Plaza o los Nube Va. Esa mirada de lo colaborativo permea todo lo que hacemos. Y cuando eso lo mezclas con lo que pasa en el taller de cada uno surgen conexiones únicas muy difíciles de replicar en otros contextos. Tener la figura del artista-profesor, una persona que pone al servicio sus principios del taller en la educación, su bagaje, su deriva, sus experiencias del día a día, de la investigación propia, es un componente mágico que cataliza y prende algo que se llama creatividad, pero yo le diría chispeza. Eso es único. La capacidad de resolver un problema complejo con los mínimos recursos es también la posibilidad de enfrentarte y llegar a conversar con quién sea, la capacidad de expresar tus ideas en simple y en conceptual a la vez, de bajar una idea complicada a lo más material y pedestre. Eso es lo que a mi me cautiva diariamente de Nube, es esa pelada de cable que llega a la realidad y se socializa de manera virtuosa, y para las personas que llegan a Nube es de manera gozosa. Por ejemplo, que los Viernes de Parque estén en llamas, las familias, los papás metiendo las manos a la pintura, eso nos llena el corazón. Lo que vivimos hace poco en Valpo con niños abriendo tarros de témpera y siendo felices todo el día con esa experiencia, es potente. Por eso estoy convencido de que este es el camino, esto es lo que me mueve hacer. Además, saber que esto también emana desde nuestra práctica artística, de las visitas a cada taller, de las conversaciones que tenemos en esos espacios -como pasó en el mío- y nos permiten conocernos, eso es virtuoso, es único, es un privilegio.
CF: ¿Cómo fue esta segunda oportunidad de “tallerear”, o sea, de abrir las puertas de tu taller para compartir con tus colegas?
JO: Pasó algo particular. Ahora que lo pienso ninguno de los “tallereando” han sido efectivamente en mi taller. En 2019, cuando hicimos el tallereando yo estaba en un espacio donde recién había expuesto. Además, ese año tenía un taller compartido bastante pequeño donde no cabíamos. En el espacio de exposición dejé lo montado y aproveché de llevar trabajos antiguos, nuevos y en proceso para completar la experiencia del tallereando. De todas maneras, sentí que fue una visita a taller, y la visita me encantó. Siempre me gusta abrir las puertas del espacio donde trabajo. También cuando estoy en una feria de arte y alguien para a mirar mi trabajo y a conversar al respecto. Esas oportunidades sirven para compartir la intimidad solitaria del trabajo, para conocer las interpretaciones de las personas, para entender qué es lo que uno está proyectando. En los tallereando rescato el ejercicio de juntarse con tus colegas, todos artistas -y que por lo demás respeto mucho en sus miradas, en sus reflexiones, en sus trabajos, en sus labores en Nube-, es constructivo y vitalizante. Hasta cuando te dan vuelta lo que tú estabas pensando y quedas desparramado, te sientes sacudido, y te vuelves a armar. Los temas que hablamos en esas instancias quedan, las recuerdo y las repaso. Por otro lado, ir a los talleres de los demás es ver esa esfera sensible propia de cada uno que te hacen entenderla mejor. Ves el hilo conductor y hasta te permite especular cómo sus trabajos seguirán en el futuro. Entrar a ese mundo es importante en un equipo de trabajo que busca consolidarse y que, de hecho, está consolidado.
CF: ¿Cuáles son tus planes a futuro de aquí al mediano y largo plazo? Lo pregunto a nivel artístico.
JO: Cuando pienso en el futuro, a diferencia de lo que podría causar en otras personas, me da tranquilidad porque siempre va de la mano con la pulsión de estar todos los días aportando un granito. Tengo la confianza de que eso va a seguir siendo así. El cuerpo de obra siempre va a estar nutriéndose, y siempre siendo trabajador se va a expandir y se va a robustecer. Desde ese punto de vista, el viaje que acabo de tener me sirvió mucho. Quiero llevar obras a circuitos internacionales, de hecho llevé obras a Alemania. Me interesa porque puedo mantener mi labor en Nube, mi trabajo en el taller y al mismo tiempo seguir siendo independiente en el movimiento de mis obras. Moverme como un pececillo. Tengo proyectos para el 2022 y para el 2023 también. No te voy a contar todo, pero habrá dibujos e instalaciones, exposiciones colectivas e individuales. Y ojalá también estar viajando para conocer otras calles, encontrarme con otros suelos.
CF: Muchas gracias Javi, me encantó hablar contigo.