Laboratorio de
procesos creativos.
Santiago – Chile.

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Tallereando: prácticas colaborativas en Nube

El trabajo pedagógico en Nube es una extensión de la tarea artística, donde confluyen lo personal y lo colaborativo.

  • Texto escrito por Carla Pinochet Cobos (1983). Antropóloga social de la Universidad de Chile y doctora en Antropología de la Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana, México. Se desempeña como investigadora y docente en torno a dos áreas de especialización: la antropología de los procesos artísticos contemporáneos, y los estudios sobre prácticas culturales en América Latina.

Periódicamente nos reunimos a tallerear. Alguno de los artistas de Nube nos abre las puertas de su estudio personal, e hilvana para nosotros un relato acerca de su producción artística: los trazos biográficos que la han ido gestando; las lecturas y reflexiones conceptuales que han acompañado este derrotero; sus procesos de experimentación visual a partir de materiales y procedimientos técnicos. Durante estas sesiones de los viernes, el artista anfitrión presenta al grupo una genealogía de sus propias inquietudes artísticas, y señala algunas piezas donde estas tensiones cobran forma material. A partir de ello, en una dinámica informal, entre todos los presentes interrogamos las obras y comentamos sus reverberaciones. Tallerear es, entonces, comparar procesos y sentidos de la investigación artística; es discutir los usos de los materiales e interrogar las soluciones creativas del artista; es compartir textos y referencias de otras obras que por alguna razón resuenan en aquel trabajo; es hacer preguntas técnicas, conceptuales o personales que nos acercan a dichas producciones. Desde mi perspectiva de etnógrafa tallerear es, sobre todo, acceder a la trastienda, la cocina, el laboratorio: discutir los procedimientos que permanecen ocultos detrás del producto final; observar los insumos y los rastros materiales que hacen posible la alquimia artística.

«Tallereando» con el equipo Nube. Fotografías por Bernardita Bennett.

El vínculo primordial que une a este grupo de jóvenes de entre 23 y 40 años es su activa participación en Nube, ya sea como artista-profesor o desempeñando alguna función específica dentro de éste (hay una fotógrafa, un videasta, una encargada de extensión y materiales, una diseñadora pedagógica, una directora, y yo, la antropóloga).

Incorporado al currículum obligatorio desde 2015, el trabajo que propone Nube despliega los recursos creativos de los niños a partir de ejercicios que tienen como referencia la producción de un artista del equipo, constituyendo un puente entre esta plataforma educativa y las prácticas del arte contemporáneo. Así, la figura del artista-profesor es fundamental para el proyecto Nube: todos los tutores que guían semana a semana el trabajo de los niños son jóvenes activos en el campo del arte contemporáneo, que desempeñan su función pedagógica como una extensión de su producción artística personal. Las actividades realizadas en el parque, en efecto, son sistematizadas por Elena Loson[1] y el equipo de Contenidos en base a los prototipos creados por los artistas, que son discutidos de forma colectiva en una sesión de taller previa al inicio del ciclo de trabajo. Esta Sesión de Prototipos constituye, en gran medida, un antecedente significativo de las dinámicas de «tallereo», y sienta las bases del trabajo colaborativo que atraviesa la práctica educativa de este proyecto: en ella, los artistas-profesores someten a discusión una propuesta de actividad que arranca de sus propios intereses artísticos, y que mediante la experimentación conjunta y las observaciones del colectivo va tomando su forma definitiva. Aunque las decisiones finales suelen recaer en los “artistas de referencia” de cada actividad, entre todos apuntan una serie de consideraciones que, podría señalarse, se juegan en torno a tres ejes de preocupaciones:

a. Lo operativo/ lo material/ lo presupuestal. En un primer nivel, esta preocupación acerca del funcionamiento de las actividades guarda relación con una investigación en torno a los materiales y sus posibilidades: descubrir, por ejemplo, que el papel de periódico se “plastifica” al pintarlo con esmalte, e imaginar qué usos puede adquirir en este nuevo estado. Estas búsquedas se conjugan con el énfasis deliberado que da el proyecto a los materiales accesibles, económicos, reciclados y resignificados con fines artísticos. En segundo término, dicha preocupación operativa tiene que ver también con la administración de los tiempos y espacios que son necesarios para la ejecución de la actividad: entre todos los artistas imaginan el orden lógico de las sub-actividades y diseñan estaciones de trabajo diferenciadas, dando lugar a un protocolo unificado que busca optimizar el tiempo y prever escenarios problemáticos, contemplando factores procedimentales, climáticos y de conducta de los niños.

«Tallereando» con el equipo Nube. Fotografías por Bernardita Bennett.

b. El proceso/ lo creativo/ lo conceptual. El trabajo basado en la experiencia y el proceso constituye un sello de Nube, distinguiéndolo en este sentido de las aproximaciones escolarizadas a las artes. En consecuencia, una línea de interrogantes significativa en este diseño cooperativo de las actividades es aquella que se pregunta cómo desarrollar diversas habilidades, sensibilidades y competencias a través del trabajo de taller, las cuales van desde la autoestima y autonomía a la abstracción y creatividad. Se trata, de este modo, de instalar una inquietud artística en los niños, permitiendo que los distintos ejercicios den lugar a una instancia de expresión y experimentación más significativa que los aprendizajes escolares.

«Tallereando» con el equipo Nube. Fotografías por Bernardita Bennett.

c. La metodología/ lo pedagógico. Finalmente, una tercera ruta de inquietudes de la discusión colectiva es aquella que busca desarrollar estrategias pedagógicas y motivacionales que permitan llevar a cabo los objetivos más abstractos del programa. Son preguntas que tienen que ver con cómo involucrar a los niños en los procesos; qué actividades y objetivos son adecuados para sus edades y contextos; o cómo se evalúa o mide el éxito o fracaso de una actividad. Creo distinguir que, implícitamente, se traza una línea que va desde lo más “artístico” y experimental a lo más “pedagógico” y estandarizado:  una pregunta recurrente es, en este sentido, hasta qué punto debe formatearse cada uno de los prototipos y qué margen de improvisación es pertinente dejarle a los niños. De la misma manera, hay una preocupación transversal porque las actividades coincidan con los ejes curriculares de la asignatura, cubriendo todo el espectro de contenidos, habilidades y competencias estipuladas para el nivel.

«Tallereando» con el equipo Nube. Fotografías por Bernardita Bennett.

Los tres niveles mencionados –lo material, lo conceptual, lo pedagógico– no constituyen órdenes explícitos de contornos claramente distinguibles, sino que se mezclan permanentemente entre ellos, siendo parte de un mismo proceso integral. En ocasiones, desde lo técnico van emergiendo interrogantes que llevan a los aspectos propiamente conceptuales de las actividades artísticas: por ejemplo, cuando el grupo se pregunta si sería bueno impermeabilizar el papel con el que se realizará un ejercicio de origami de grandes dimensiones, la creadora de la actividad defiende la opción de no hacerlo, sosteniendo que la fragilidad y lo efímero son características constitutivas de esta tradición de plegado. Hay artistas que plantean sus propuestas a partir de lo conceptual y diseñan el ejercicio desde ese motor, lidiando después con los asuntos técnicos; otros, en cambio, experimentan desde los materiales, para ir desarrollando progresivamente sus implicaciones ideacionales. Lo pedagógico, por su parte, aparece en algunas oportunidades como un desafío que obliga a hacer ciertas concesiones respecto de las prefiguraciones conceptuales de los artistas: hacer un ejercicio más divertido y didáctico puede significar, en la práctica, simplificar algún procedimiento o reducir a su mínima expresión las amplias constelaciones de preguntas que le dieron origen.

Tanto en las Sesiones de Prototipos como en las jornadas de los “tallereando”, estas dinámicas colaborativas contribuyen, en buena medida, a que la trama cotidiana del programa –marcada por la labor pedagógica y las urgencias del contexto– no pierda de vista el horizonte creativo que se busca poner en el centro. En otras palabras, que Nube efectivamente se presente como un espacio de expansión de los procesos artísticos de cada uno de los creadores que participan de él depende de los espacios para la reflexividad y experimentación que sean capaces de darse en el medio del caos semanal y sus permanentes imprevistos. El trabajo colaborativo ofrece la posibilidad de poner el capital humano que reúne Nube al servicio de los procesos creativos de los artistas que conforman el taller. Tallerear, en este sentido, aporta una instancia importante para conectar, en cada uno de los involucrados en el proyecto, su faceta “monitor-profesor” y su faceta “artista”, intensificando las zonas de contaminación entre esas sostenidas prácticas docentes y sus búsquedas creativas personales. Son zonas que, por supuesto, existen de antemano: los talleres que visitamos suelen estar poblados de objetos que recuerdan las actividades realizadas en el programa, o que directamente inspiraron alguna de ella, pues los materiales y las formas que marcan sus propias producciones encuentran los modos de transferirse y enriquecer el universo Nube. Del mismo modo, en el “otro taller” —las instalaciones en el parque—, el rincón de cada uno de los artistas-profesores ha ido cobrando poco a poco su sello personal a partir de formas diversas de organizar el espacio y de decorar las murallas con objetos múltiples y trabajos de los niños. En las nuevas dependencias de Nube, cada uno de ellos tiene un espacio regular de trabajo.

«Tallereando» con el equipo Nube. Fotografías por Bernardita Bennett.

[1] Elena Loson (1980). Es Licenciada en Arte de la Universidad de Palermo (Buenos Aires, Argentina) y Magíster en Arte mención Artes Visuales de la P. Universidad Católica de Chile. Dentro de sus exposiciones cabe destacar Un muro más allá en Hache Galería, Buenos Aires (2018); Su aspecto es criminal, su corazón divino en Munar, Buenos Aires (2018), Imágenes de la distopía, Colección José Luis Lorenzo en Espacio Colón, Córdoba (2017); Eres Polvo en Fundación Esteban Lisa, Buenos Aires (2015). Fue seleccionada para participar de la residencia internacional URRA, versión mayo 2018. En Nube se ha desempeñado en distintas labores desde sus inicios en 2012 y actualmente es Directora de Contenidos.

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/Contexto festival
La idea del Festival Esculturas Juegos se originó a principios de este año 2023, impulsada por la determinación de Nube de transformar la forma en la que nos relacionamos con el arte, pasando de la mera observación a una participación activa a través de la experiencia del juego. Con esto en mente, diseñamos nuestro segundo programa de Residencias de Innovación Social, al que llamamos "De un arte para mirar, a un arte para jugar". Convocamos a seis artistas jóvenes a expandir sus trabajos hacia proyectos escultóricos para el espacio público: Javiera Álvarez, Ana Castillo, Felipe Pineda, Mariana Robert, Diego Silva y Florencia Varela, han trabajado durante siete meses bajo la guía de Nube, diseñando y produciendo esculturas concebidas para la interacción y el juego, apoyados por la arquitecta Francisca Cortínez y el equipo de Nube.

Al seleccionar el lugar para el Festival, decidimos volver sobre 11 esculturas ubicadas en la entrada del Parque y que fueron creadas en 1992 durante el Primer Simposio de Escultura Iberoamericana y del Caribe, iniciativa de Nemesio Antúnez y Francisco Gazitúa, organizada por el Museo Nacional de Bellas Artes. Aunque el simposio fue un hito significativo en la historia del arte nacional, estas esculturas han quedado en el olvido. Nuestra decisión de situarnos junto a ellas, busca destacar este patrimonio desde una visión renovada del arte.

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