Verdeizar tiene que ver con los materiales y con las personas, pero sobre todo con aquello que sucede entre unos y los otros.
- Texto escrito por Carla Pinochet Cobos (1983). Antropóloga social de la Universidad de Chile y doctora en Antropología de la Cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana, México. Se desempeña como investigadora y docente en torno a dos áreas de especialización: la antropología de los procesos artísticos contemporáneos, y los estudios sobre prácticas culturales en América Latina.
Este texto busca ofrecer algunos apuntes que merodean, sin pretender agotar, los sentidos de un concepto que ha marcado el trabajo de Nube durante los últimos meses. Un concepto inventado, como muchos de los que utilizamos en Nube, para dar nombre y poner en común una constelación de inquietudes acerca de lo que hacemos cotidianamente.
La palabra apareció por primera vez en una conversación informal, tal vez como un horizonte hacia el cual proyectar nuestros esfuerzos: ¿cómo podemos verdeizar el trabajo en Nube? Como en la dinámica del teléfono roto, este significante aún sin significado fue circulando entre el equipo, adoptando nuevas connotaciones en su recorrido. ¿Verdeiqué? Cada quien lo explicaba, provisoriamente, como podía. Se trataba de una acción que echa raíces en la idea de sustentabilidad, pero que no termina en ella. Sin más coordenadas que unas pocas palabras clave, verdeizar se convirtió en el eje de las indagaciones audiovisuales de Ana[1]; en una noción importante para la estrategia de medios que Santiago[2] ideó en Redes Sociales a comienzos de 2019; en la incógnita a despejar en el trabajo de práctica profesional realizado por dos estudiantes de antropología UC y en una idea recurrente en las reuniones del consejo directivo de Nube. En esa misma clave acumulativa y azarosa, este texto busca contribuir con algunas definiciones tentativas de verdeizar para continuar alimentando el diálogo.
En los tiempos que corren, escuchamos hablar más que nunca de la importancia de la ecología. Ante la evidente crisis medioambiental que está experimentando el planeta, toda institución o iniciativa que aspire a proyectarse en el tiempo debe necesariamente tomar una posición respecto de los efectos de la acción humana en su entorno directo. Parte de la comunidad científica se refiere a este ciclo como el Antropoceno, subrayando el hecho de que ha sido tal el impacto de la vida humana en la tierra que ha moldeado de forma determinante la presente edad geológica. Aunque las transformaciones son aceleradas e irreversibles, implementar cambios sustantivos en nuestro estilo de vida es una tarea lenta y compleja. El interés por verdeizar nuestras prácticas se inspira, precisamente, en esta dificultad constitutiva: pareciera ser que resulta necesario no sólo adoptar nuevos hábitos, sino también aprender a mirar con otros ojos el entorno que nos rodea. Observemos, en distintos niveles, qué ha significado este interés por lo sustentable en Nube.
Verdeizar los materiales fue, probablemente, la intuición primera: antes de pensarlo de forma programática, hubo un interés persistente por adquirir materiales de bajo costo y fácil acceso. Los recursos del taller, naturalmente, eran (y son) limitados, por lo que se realizó un esfuerzo por disminuir los gastos en insumos físicos para poder invertirlos, crecientemente, en el capital humano, verdadero motor del proyecto. Ello significó poner en marcha una doble política en torno a los objetos: por una parte, prestar especial atención a las posibilidades inéditas de los materiales; y por la otra, desarrollar estrategias para conseguirlos y/o recolectarlos de forma alternativa al mercado convencional. De este modo, Nube invirtió un tiempo significativo en explorar la potencialidad de lo disponible, inventando formas “caseras” de obtener los efectos artísticos de ciertos materiales “comprados”: desde la fabricación de spray y plumones a partir de desechos, al tratamiento artesanal de papeles como el diario, para obtener otras texturas y consistencias.
Distintos momentos de la actividad «Selva Selvática» (2018). Fotografías por Angelina Dotes.
De la misma forma, hubo una apuesta por dar nuevos ciclos de vida a los objetos descartados, dando paso a una economía circular que encuentra sus recursos en los lugares más inusitados. Cobraron valor, en este sentido, las estrategias de reciclaje, las asociaciones y alianzas con empresas u otros proveedores, y toda clase de gestiones creativas. En ocasiones, se realizaron campañas de recolección de retazos y envases diversos entre los artistas, los niños y sus comunidades; en otras oportunidades, fuimos directamente a abastecernos de la “basura” de ciertas tiendas de oficio, como los retazos de madera que se acumulan en los locales de enmarcaciones. Con el tiempo, alguien del equipo asumió específicamente la tarea de investigar los materiales para optimizar las actividades y, a su vez, verdeizarlas: reemplazar lo caro por lo barato; lo nuevo por lo usado; lo foráneo por lo propio; lo escaso por lo accesible.
Pero no se trató solamente de objetos: el sentido último de estas economías circulares no está sino en la trama humana que sostiene al equipo, y en los lazos cooperativos que hacen posible el funcionamiento del programa. Verdeizar, en este plano, significa también establecer condiciones óptimas para que tenga lugar un ciclo de reciprocidades que potencia los talentos individuales y crea sinergias colectivas. Nube se convierte en un laboratorio de tránsitos y contaminaciones, donde circulan ideas, amistades y proyectos que encuentran un modo orgánico de desarrollarse en el encuentro cotidiano. Las experiencias y aprendizajes que los miembros del equipo adquieren en otras facetas de sus vidas —no necesariamente vinculadas a su carrera artística— , encuentran en el taller un modo de reinventarse para servir a los propósitos educativos del colectivo. Estos modos de trabajo en equipo —a veces intensivo y explícito, a veces dilatado y tácito— tienen como punto de partida la diversidad de perfiles de quienes forman parte del programa, y la posibilidad de lograr objetivos comunes en base a esa diferencia.
Proceso de la actividad «Títeres» (2018). Fotografías por Angelina Dotes.
El principio de lo colectivo es sustentable, entonces, en la medida en que hace posible llevar a cabo tareas complejas de forma más eficiente y gozosa, poniendo en marcha una lógica de especialización cooperativa. Como los ciclos de la naturaleza, los procesos internos admiten diversas formas de relevo y renovación: unos se van y otros llegan, y en ocasiones las iniciativas que surgen de ese “hacer compartido” cobran forma material años después, tal vez con otros nombres y en otros lugares, pero siempre en el marco de un mismo sistema que se reinventa y amplía sus radios de acción. Quienes alguna vez pasaron por Nube, especialmente como artistas-profesores suelen mantener un vínculo con el programa aunque su relación laboral haya concluido, y las redes de reciprocidad que allí se establecen se prolongan más allá de su permanencia activa en él. El desafío de verdeizar aún más las relaciones humanas que componen el equipo pasa, posiblemente, por ensayar aquí un balance sustentable entre lo individual y lo colectivo; entre la entrega y el aprendizaje; entre proponer y amoldarse; entre dar y recibir.
Verdeizar tiene que ver con los materiales y con las personas, pero sobre todo con aquello que sucede entre unos y los otros. Nube recoge con convicción el giro que ha experimentado el arte contemporáneo hacia el proceso, asignándole tanto valor a éste como al resultado final. Por ello, una práctica artística “sustentable” debe encontrarse alineada con una ética del hacer marcada por el compromiso. Cuando la producción artística cobra forma en una lógica de taller, se despliega el valor de lo hecho a mano y a fuego lento, y se generan dinámicas creativas en las que el creador se funde con lo creado. Verdeizar, entonces, es dotar de un sentido perdurable a la acción: más allá de los objetos que se manufacturan, esta ética artesanal pone de relieve la importancia del proceso y de la experiencia: del ensayo y el error, de los aprendizajes significativos. Aquello que nos llevamos con nosotros incluso cuando los objetos quedan atrás. En este sentido, el programa Nube puede continuar verdeizándose en la medida en que sus actividades se vuelvan cada vez más “livianas”: requiriendo menos infraestructura y materiales más simples; promoviendo más saberes abiertos hacia nuevos contextos de aplicación; alentando procesos cada vez más gozosos, significativos y memorables.
En definitiva, se trata de no perder de vista la escala humana de cada uno de los ejercicios, cuidando que las dimensiones materiales no opaquen la relevancia de los aspectos inmateriales; que las recetas y fórmulas no pesen más que la activación de una experiencia; y que los resultados no tengan la última palabra respecto de la globalidad del proceso.
Sesión de prototipos (2018). Fotografías por Angelina Dotes.
Estas exploraciones del taller Nube en torno al verdeizar, tanto en el nivel de los objetos, de las personas y de los procesos que los vinculan, han ido conformando a lo largo del tiempo un sello propio. Aquí radica la especificidad de nuestro concepto: la inquietud por verdeizar involucra una pregunta acerca de la dimensión estética de lo sustentable. Esto quiere decir que estos esfuerzos reiterados por movilizar prácticas de reciclaje y sustitución de materiales, por desarrollar estrategias de adaptación y conversión de las ideas en el trabajo colaborativo, y por poner en primer plano la importancia del proceso, dan lugar a un conjunto de formas y expresiones identificables y singulares. Se trata de una estética marcada por lo artesanal y lo “hechizo”, que saca a flote el potencial creativo que descansa en los objetos cotidianos y corrientes. La estética Nube hace eco de la máxima de la naturaleza que sentencia que “nada se pierde, todo se transforma”, y lejos de querer ocultar el proceso, decide exponerlo como parte de la producción artística.
El propio espacio del taller en el Parque Padre Hurtado es un buen ejemplo de cómo una estética verdeizada se ha ido forjando en el lugar, como efecto tanto de decisiones deliberadas como de procesos “orgánicos” no programados. Construido en 2015 a partir de maderas de bajo costo y fácil acceso, tanto la estructura como el mobiliario inicial del taller Nube fueron pensados para su uso intensivo en el contexto de una clase de arte. Las mejoras e intervenciones que han ido desarrollándose en el espacio a partir de entonces han continuado por la misma senda: priorizando la sencillez en la construcción, la simpleza de los materiales, y la funcionalidad en el diseño.
Los años de vivo funcionamiento del lugar han ido completando este sello propio: las coloridas capas de pintura que se acumulan sobre las mesas, las marcas en el piso que evidencian los usos múltiples del espacio, el progresivo desgaste de los materiales y mobiliarios van conformando un entorno particular; un clima de taller. Como en el kintsukuori —o el arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota—, las enmiendas y los ensamblajes quedan a la vista y forman parte del paisaje visual: en tiempos en que se compra todo nuevo, los objetos reparados, reciclados y construidos a mano encarnan afectos singulares, que nos remiten a las historias que están detrás de ellos. Esas acumulaciones sucesivas de accidentes materiales invita a hacer una arqueología de lo humano que hay en las cosas.
También las actividades que tienen lugar en el taller han desarrollado una estética verdeizada. Prevalece en los ejercicios —y en la sala de materiales— una lógica de los retazos; de lo desigual pero equivalente; de lo heterogéneo y lo múltiple. Los residuos de un proyecto anterior encuentran vida en un nuevo uso presente; diversas clases de remanentes domésticos se hacen un espacio en el taller formando colecciones espontáneas. Emerge, en este contexto, un código de valoración de los materiales alternativo al que se promueve en el mercado: los niños que participan del programa Nube aprenden a valorar la singularidad dispar de los recursos que se les entregan. Si la publicidad contemporánea ha entrenado a los niños para discriminar entre marcas y productos específicos y predeterminados, el universo visual que propone Nube invita a los estudiantes a explorar las posibilidades de lo diferente y lo disponible. Las plasticinas mezcladas o los plumones desgastados pueden ser el punto de partida de un experimento, de un ejercicio creativo que se enfrenta más como un desafío que como un acto de resignación. Los productos elaborados en este contexto tienen, de este modo, esta marca del reciclaje creativo, que a menudo desestima lo aséptico y celebra las contaminaciones.
Por otro lado, estos recursos estéticos constituyen en sí mismos un aliciente para el trabajo sustentable. Las soluciones visuales simples y accesibles que ofrece esta estética verdeizada convocan a su vez prácticas de recuperación de los desechos, de recolección de lo disponible, y de integración colaborativa de lo múltiple. Y es que no podemos comprender dicha estética sin la ética que la sostiene: una ética de la percepción, donde la experiencia sensible trabaja al servicio de una relación duradera y significativa entre los sujetos y sus contextos. Verdeizar, por tanto, es entrenar la mirada para detectar el potencial lúdico y sorprendente que descansa en los elementos más triviales; es trabajar desde la creatividad para hacer más con menos, y prolongar la vida de lo que alguna vez se pensó como desechable. Contra el consumo acelerado —de objetos, de ideas, incluso de relaciones humanas—, una ética/estética verdeizada desarrolla estrategias visuales que recuperan lo disponible para ofrecerle un nuevo marco en el cual desplegar su potencial.
Cierre de la actividad «Títeres» (2018). Fotografías por Angelina Dotes.
[1] Ana Edwads (1987). Artista Visual de la P. Universidad Católica de Chile – MA Antropologia Visual, Granada Centre for Visual Anthropology, Universidad de Manchester. En Nube se desempeño en el ámbito de Registro y edición audiovisual durante 2018. En el texto se alude al video titulado «Verdeizar» disponible en el canal de YouTube de Nube Lab.
[2] Santiago Mirando Nam (1993). Artista visual e ilustrador. A participado de exposiciones y ferias editoriales en Chile y en el extranjero. En Nube se ha desempeñado como artista-profesor (2017-2020), como encargado de redes sociales y realizador audiovisual para Nube TV.