Los primeros días de diciembre de 2023, en el mismo Parque Padre Hurtado donde Nube Lab ha tenido su taller durante una década, celebramos el 1º Festival de Esculturas-Juegos. Este festival nació de una convicción movilizadora: hacer del arte una experiencia cercana y accesible en la vida de todas las personas.
Pero aquella celebración al aire libre fue, en realidad, el punto culminante de un proceso mucho más largo: meses de exploración en los que invitamos a seis jóvenes artistas recién egresados de la Escuela de Arte de la Universidad Católica a imaginar nuevas formas de relacionarnos con el arte.
El desafío era claro: dejar atrás la contemplación pasiva que suele caracterizar la experiencia artística, y abrir espacio a la participación activa a través del juego. En concreto, queríamos desarrollar proyectos para el espacio público, basados en el juego y pensados para personas de todas las edades.
Así nació nuestra primera Residencia de Innovación Social, titulada “De un arte para mirar a un arte para jugar”, con la participación de Javiera Álvarez, Ana Castillo, Felipe Pineda, Mariana Robert, Diego Silva y Florencia Varela.
La residencia se desarrolló a lo largo de siete meses, divididos en tres etapas. La primera tenía por finalidad establecer un marco conceptual en común. Esta etapa incluyó charlas y conversaciones con expertos, siendo la primera dirigida por el arquitecto chileno Nicolás Stutzin, quien destaca por sus investigaciones sobre las plazas de juego del arquitecto neerlandés de posguerra Aldo van Eyck. Stutzin nos llevó un recorrido histórico que exploraba la relación entre infancia, juego y espacio público. Y a través de la obra de van Eyck nos mostró cómo los espacios de juego pueden ser funcionales y estéticos a la vez: plazas con elementos simples que no limitan la infancia, sino que invitan a explorar libremente, estimulando la creatividad y fomentando la autonomía.
La segunda charla estuvo a cargo del antropólogo y sociólogo Ricardo Greene, quien invitó a los artistas a reflexionar sobre los objetos cotidianos. Greene planteó preguntas como: ¿qué responsabilidad tenemos sobre el destino de los objetos que usamos? ¿Cómo los afectos que les dedicamos pueden transformar su valor y su vida útil? A través de ejemplos de su investigación y proyectos colaborativos, mostró cómo la creatividad popular y el cuidado de los objetos pueden generar prácticas sustentables: reparar, reutilizar, almacenar y transformar lo cotidiano. Esta perspectiva buscó inspirar a los artistas-residentes a encontrar en su propio cotidiano inspiración y materialidades simples, que pudieran transformar a partir de su creatividad.


La segunda etapa de la residencia se centró en crear un repositorio de referencias. Cada artista-residente compartió proyectos de arte contemporáneo que exploraban la intersección entre arte, espacio público, comunidad y otras disciplinas como paisajismo, urbanismo, políticas públicas y activismo. Entre ellos había iniciativas que diseñaban jardines para polinizadores, huertos urbanos en azoteas o acciones colectivas que transformaban barrios a través del arte. En total se recopilaron 25 proyectos interdisciplinares.
El objetivo era analizar con detalle cada propuesta: cómo se relacionaba con su lugar de emplazamiento, qué comunicaba sobre el entorno y qué impacto generaba en las personas. También se consideró la interacción, las reglas de uso, la duración de la experiencia, los elementos estéticos y la impresión que provocaba en los participantes. La meta era entender qué funcionaba, cómo y por qué, para extraer características replicables y adaptables a futuros proyectos.
De este ejercicio surgió un concepto central y que luego daría nombre al festival: las Esculturas-juegos. Obras que trascienden la contemplación pasiva y convierten al público en participante activo. Pueden recorrerse, treparse, manipularse o simplemente ser habitadas desde una actitud lúdica y de descubrimiento. Mantienen su valor estético, pero ponen en el centro la experiencia y la creatividad de quienes las usan.
La fase final de la residencia fue el momento en que los seis artistas-residentes, con todos los insumos recabados, comenzaron a modelar y prototipar sus ideas. Durante las sesiones de taller, se sumó la arquitecta Francisca Cortínez, cuya orientación fue clave para definir formas, dimensiones, materiales y peso de cada propuesta. Así nacieron seis Esculturas-juegos, piezas únicas que ofrecían diferentes posibilidades de interacción, pero que compartían principios fundamentales: austeridad formal, lenguajes simples y diversidad de usos, elementos que constituyen la base de la metodología pedagógica de Nube.
Por ejemplo, “La pajarona” de Florencia Varela invitaba a la contemplación bajo una pérgola con siluetas de pájaros caladas sobre micas coloreadas; “Hielo a la Deriva” de Felipe Pineda desafiaba el equilibrio de quienes atravesaban su plataforma de madera tipo rompecabezas, reminiscentes de témpanos flotando en el mar; “Co-nexo-nidos” de Diego Silva buscaba provocar risas y complicidad con los sonidos que se generaban al sentarse en sus sillas de madera; “Vaivén” de Ana Castillo proponía introspección y descanso a través de un laberinto a gran escala entre los árboles; “Sistemas confluidos” de Javiera Álvarez permitía explorar los ciclos del agua controlando su flujo a lo largo de un recorrido interactivo de mangueras; y “La casa es el cuerpo” de Mariana Robert promovía el encuentro y la socialización mediante una gran estructura de madera con forma de casa.
En esos meses previos al festival, nuestro taller se transformó en un espacio colaborativo de alto tránsito, donde la producción de las Esculturas-juegos y los elementos del festival se convirtieron en una obra coral. A la arquitecta se le sumó un equipo de construcción liderado por Oscar Soto, quienes trabajaron a la par de los artistas y se encargaron de dirigir las labores de construcción. En paralelo, el equipo Nube se desplegaba en diversas funciones, brindando apoyo a los artistas y a la organización del evento. A este dinámico grupo se unieron voluntarios entusiastas, quienes llegaron al taller con la disposición de colaborar en lo que fuese necesario y de aprender de la experiencia.El proceso de esta Residencia resultó altamente significativo, pues no solo nos permitió materializar un festival gratuito, acercando así el arte a la comunidad y avanzando en nuestros objetivos, sino que también nos brindó la oportunidad de reconocer y vivir nuestro taller como un verdadero laboratorio de procesos creativos y colaborativos, un espacio donde se indaga, explora, imagina, diseña, prototipa y crea. Esta experiencia se refleja en los testimonios de los artistas-residentes, quienes destacan el valor del taller y de la residencia como un espacio de aprendizaje compartido y crecimiento mutuo:
“Aprendí a llevar un proceso creativo más colaborativo, a poder poner sobre la mesa mis dudas e inquietudes y poder resolverlas en conjunto” Florencia Varela.
“[…] mi reflexión principal de este proceso es la colaboración, pero no una colaboración que sólo se trate de trabajar en conjunto con otros, sino una unión y un proceso apoyado, entre risas, elogios, tristezas y cariños. No solo acompañarse en el trabajo si no estar ahí para otro, formando comunidad. Más que cualquier otra cosa me quedo con esto: quiero seguir trabajando, mezclando saberes, profundizando conexiones y teniendo experiencias con mis amigos” Diego Silva.
“creo que se armó un grupo muy lindo entre los artistas residentes y el equipo de Nube, y también los voluntarios. Realmente creo que pude hacer amistades con el equipo que nos estaba apoyando en la construcción y gestión” Felipe Pineda.
La Residencia 2023 fue el primer paso para dar vida al Festival Esculturas-Juegos. Marcó el inicio de una metodología que hoy sigue creciendo: transformar el arte en experiencia compartida, en juego y en comunidad.












