“Qué bacán que con esto no hagamos clases” —dice un niño en medio de la actividad.
“No, esto sí es hacer clases” —responde Migue.
“Emmm, pero no se siente así” —replica el niño, pensante.
La escena son a niñas y niños con las manos inmersas en una mezcla de yeso en el patio de una escuela; por momentos aquello se parece más a un taller artístico que a una jornada escolar. Ese desconcierto feliz —que una lección pueda sentirse como juego— es la puerta por la que entra “Taller-escuelas en todas partes”, la apuesta piloto de Nube Lab y Fundación Angelini para pensar la escuela desde el arte y el territorio.


“Taller-escuelas en todas partes” es un proyecto piloto de tres años que, desde hace dos, se despliega en la Región de Coquimbo. Trabaja con dos escuelas públicas con realidades distintas: la Escuela Carlos Condell, en Caleta Los Hornos (zona costera), y la Escuela Jerónimo Godoy Villanueva, en Pisco Elqui (zona cordillerana). Lo que se pilota es encontrar la manera más efectiva de llevar el Método Nube —una metodología con más de una década de experiencia— a estas comunidades educativas, buscando instalar herramientas artísticas que puedan ser replicadas por los propios docentes y adaptadas a cada contexto.
El año pasado fue el primer año de implementación del proyecto, que concebimos como un tiempo para conocerse: que las escuelas vivieran lo que Nube podía ofrecer y que nosotros entendiéramos sus realidades, ritmos y desafíos. Durante ese período realizamos seis visitas territoriales —tres por escuela— en las que pusimos a prueba distintas formas de desplegar nuestra metodología, explorando qué funcionaba mejor en cada comunidad.
La primera de ellas fue realizar experiencias artístico-educativas para todos los niveles, desde prekínder hasta 8.º básico. Las actividades —adaptables y de materiales simples, como fósiles de yeso o herramientas gráficas hechas con tubos de confort— se convirtieron en momentos muy esperados por estudiantes y docentes. “Durante el recreo nos saludan al instante, nos reconocen y comentan ‘llegó la Nube’”, recuerda Miguel Maira, coordinador de taller y recursos. “Quieren saber cuándo les toca con nosotros; hay mucha expectativa”. Los profesores, a su vez, comenzaron a ver vínculos con sus propias asignaturas: “Los fósiles se pueden abordar desde ciencias naturales, los usleros sirven para hacer estampados diaguitas…”, cuenta Catalina Pavez, líder de formación y contenidos y coordinadora del proyecto.
El segundo eje fue la entrega a cada escuela de un carro-taller móvil, un mobiliario que puso materiales y posibilidades creativas al alcance de toda la comunidad. Una profesora lo resume así: “No dejo de agradecer el carro-taller; hasta le llamamos ‘librería andante’. Los estudiantes piensan que pueden encontrar lo que quieran para crear. Lo respetan muchísimo y aprendieron a usarlo; me piden cosas, vienen a la biblioteca a buscarlo, y ya saben dónde está cada cosa”.
El tercer eje se centró en la formación docente, con jornadas donde los profesores vivieron la experiencia Nube en carne propia. A través de juegos y herramientas —como un “bachillerato de materiales” o cartografías para recorrer la escuela— levantaron un diagnóstico de sus necesidades y exploraron nuevas formas de incorporar el arte a sus clases.
El primer año involucró a más de 280 estudiantes y 28 docentes, y culminó con una muestra abierta a la comunidad en la plaza de Pisco Elqui. Las huellas del proyecto quedaron tanto en las salas como en las casas: “Todavía tengo mi dibujo pegado en la pared de mi pieza”, contó una estudiante. Una profesora destacó la cercanía del equipo: “Ustedes tienen una habilidad para llegar a los niños… tienen empatía, comunicación, cariño”. El director Juan Carlos Castro lo sintetizó frente a la comunidad: “Nube Lab enseña a hacer mucho con poco”.




Después de todo lo vivido y aprendido en el primer año, y gracias a la retroalimentación recibida de docentes y comunidades, diseñamos un segundo año con cuatro focos principales.
Por un lado, era fundamental seguir realizando experiencias artísticas para todos los niveles educativos, ya que fueron muy valoradas y esperadas tanto por estudiantes como por docentes. “Apenas volvimos, nos reconocieron de inmediato —recuerda Migue—. Nos hablan de las actividades del año pasado, ‘ustedes son los de los usleros y los fósiles’. No solo recuerdan las actividades, también nuestros nombres; preguntan por lo nuevo, hay mucha expectativa”.
Con esa energía llegamos con actividades nuevas, igual de sencillas y adaptables, pero cada vez más interdisciplinares. Durante el primer semestre, por ejemplo, los estudiantes crearon “plumones” a partir de envases reciclados de Chamito, y en el segundo participaron en “mensaje secreto”, un juego con cajas de cartón donde inventaron códigos y los descifraron en equipo. “Qué bueno que vinieron, porque nos sacan de la rutina de una manera muy agradable” comenta una profesora.

Por otro lado, este año dimos inicio a un proceso de codiseño pedagógico junto a un grupo de docentes voluntarios. La idea es que a través del Método Nube puedan imaginar y construir nuevas actividades en diálogo con sus estudiantes. El trabajo se desarrolló tanto de manera presencial como remota, y siempre con un espíritu colaborativo: no se trata solo de planificar clases, sino de abrir espacios para que niñas y niños también propongan cómo enseñarían ciertos contenidos.
Para ello usamos una herramienta experimental llamada “Nube de Ideas”, una especie de tablero de juego que invita a los estudiantes a ponerse en el lugar de los docentes y decidir qué materiales utilizar, en qué espacios realizar la clase, incluso las formas de presentar los contenidos. Las propuestas diseñadas fueron luego prototipadas y testeadas en las mismas escuelas, con la participación conjunta de docentes y estudiantes. “Esto es algo por lo que deberían pasar todos los profes”, comentó un docente participante. “Pero la escuela tiene que ayudarnos a contar con tiempo para hacerlo, porque realmente abre nuevas posibilidades”.


Asimismo, este año quisimos explorar más a fondo cómo activar los recreos escolares. Para ello propusimos la Caja Recreo, un dispositivo compartido lleno de objetos simples —cuerdas, pelotas, telas, tubos de PVC, pinzas de ropa, ovillos de lana— puestos a disposición de los niños y niñas para el juego libre. No se trata de una caja cualquiera, sino de un punto de partida para la imaginación: en cada recreo, la caja convoca a un grupo de estudiantes que rápidamente transforman el patio en un escenario de invención colectiva. Allí se sientan sobre alfombras, inventan juegos de equilibrio, encestan pelotas de ping pong en improvisados aros y prueban cómo sostener estructuras con tubos. La Caja Recreo demuestra cómo la creatividad se despliega en su forma más cotidiana: jugando.


Por último, quisimos expandir la red más allá de las escuelas, integrando a agentes culturales locales con interés en educación. De ahí nace la Residencia Taller-escuelas en todas partes, que este año implementamos junto a cinco docentes de arte, artistas y mediadoras culturales de la Región de Coquimbo.
El objetivo era formar a estos agentes en el Método Nube y ofrecer un espacio intensivo de práctica artística y pedagógica, donde pudieran desarrollar sus propias propuestas creativo-educativas. La residencia se vivió durante cinco días en nuestro taller en Santiago, dentro del Parque Padre Hurtado, combinando teoría, práctica, visitas culturales y diseño colaborativo de actividades. Cada participante tuvo la oportunidad de implementar su propuesta en una de las escuelas con las que estamos trabajando, creando lazos que, esperamos, se mantendrán y activarán más allá de la residencia.


En lo que queda del año, evaluaremos los aprendizajes y retroalimentación para diseñar el tercer y último año del proyecto, donde la intención es que la propia comunidad educativa se convierta en creadora y promotora del arte, entendiendo que éste no es solo una asignatura, sino una forma de enseñar, aprender y estar juntos. Como dice Felipe, profesor de Educación Física: “Creo que voy a hablar por muchos aquí presentes: nos gustaría trabajar objetivos de aprendizaje a través del arte; eso es algo que pensamos muchos profesores y desde que están aquí vemos como una posibilidad cada vez más real”.
Taller-escuelas en todas partes demuestra que el arte no es un añadido, sino una manera de enseñar y aprender que tiene el potencial de involucrar a toda la comunidad. La respuesta entusiasta de estudiantes, docentes y directivos nos confirma que, tras estos años, es posible que el proyecto deje huella no solo en las escuelas, sino también en la comunidad más amplia, reforzando vínculos, creatividad y colaboración.



