Durante cuatro mañanas frías de junio, niñas y niños de distintas edades compartieron, crearon y jugaron, llenando de vida el taller Nube.
Del martes 25 al viernes 28 de junio, en plenas vacaciones de invierno, recibimos a un grupo de cerca de 15 niñas y niños entre los 5 y los 12 años, quienes asistieron cada día con una energía inagotable y muchas ganas de crear. Cada jornada combinó dos propuestas: una actividad bidimensional (pintura, dibujo, serigrafía) y otra tridimensional-constructiva (ensambles, estructuras en madera, esculturas colectivas).
Los éxitos de la semana fueron varios: uno de los favoritos fue una escultura colectiva hecha a partir de cajas pintadas con aerosol, usando máscaras improvisadas con masking tape. “Los niños le dieron mucho énfasis al juego. Eso fue súper entretenido”, nos cuenta Miguel Maira, encargado del taller. Otro gran momento fue la actividad de serigrafía: primero en papel de diario sobre cartulina negra con esponjas, para introducir la idea de matriz; luego, cada participante estampó su diseño en una bolsa de tela que pudo llevarse a casa.

A pesar del frío, todos los días dedicamos un momento para jugar al aire libre en el parque. “Les decíamos que se fueran con parka, pero a los dos minutos ya se las sacaban para correr. Estuvieron así toda la semana”, relata Migue entre risas. También en el interior del taller hubo espacio para el descanso y el encuentro: la zona de cojines gigantes con forma de lulo fue un lugar muy querido por los niños, donde se compartían historias y carcajadas.
Una de las cosas más bellas fue la diversidad de edades y cómo se relacionaban entre sí: niñas mayores de 9 o 12 años jugaban con los más pequeños como si ya se conocieran de antes. “Parecían primos”, dice Migue. La comunidad fue creciendo cada día: se corría la voz y se iban sumando hermanos y hasta compañeros de colegio. Algunas familias ya habían participado en experiencias anteriores de Nube y otras llegaron por primera vez, recomendadas por alguien más.

Mientras niñas y niños se sumergían en su universo creativo, algunas madres aprovecharon el espacio de cowork que habilitamos dentro del taller. “Un día teníamos a tres mamás desde tempranito trabajando ahí, felices”, cuenta Migue. Fue una experiencia que no solo pensó en los niños, sino también en quienes los acompañan, generando un entorno cómodo, flexible y comunitario.


– Muchos dijeron “ojalá mi colegio fuera así” ahora el desafío será volver a clases. Comenta Migue.
Agradecemos profundamente a todas las familias que confiaron en esta propuesta, y especialmente a cada niña y niño que llenó el espacio con su presencia.

































