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La carpa de la medusa: un proyecto en tres tiempos

La Carpa de la Medusa no es solo una instalación artística en la playa: es una metodología de trabajo territorial que entrelaza arte, ciencia y educación con comunidades costeras. Su propósito es activar procesos de aprendizaje sensibles en torno al mar y sus formas de vida, a través de experiencias significativas y colaborativas. El proyecto […]

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La Carpa de la Medusa no es solo una instalación artística en la playa: es una metodología de trabajo territorial que entrelaza arte, ciencia y educación con comunidades costeras. Su propósito es activar procesos de aprendizaje sensibles en torno al mar y sus formas de vida, a través de experiencias significativas y colaborativas.


El proyecto se despliega en tres tiempos que dibujan una curva convexa —o bien, la umbrela de una medusa— cuyos movimientos representan distintas intensidades y formas de vínculo con el territorio y la comunidad. Primero, un ascenso progresivo: la fase de aproximación comunitaria, donde el vínculo se teje desde el reconocimiento del territorio, el diálogo y la escucha. Luego, el punto más alto de la curva: una experiencia transformadora en el espacio público —la playa—, que irrumpe en la vida cotidiana y ofrece un momento compartido de descubrimiento. Finalmente, la curva desciende para profundizar lo vivido, con actividades educativas que transfieren aprendizajes a las escuelas, permitiendo que la experiencia se internalice, se prolongue y se proyecte hacia nuevas formas de habitar el mar.

El ascenso: Aproximación comunitaria
Antes de que la gran medusa de fierros, tela y cabos reciclados, apareciera sobre la arena de la Playa Chica de Las Cruces, La carpa de la medusa ya estaba en movimiento. El proyecto comenzó en octubre del 2024 con una serie de talleres comunitarios que funcionaron como espacios de exploración y encuentro. “Yo, medusa, he visto y tocaré” fue el título de estos encuentros, en los que participaron mariscadoras, artesanas, escritoras, biólogas marinas, funcionarias públicas y vecinas de Las Cruces.

Estos encuentros fueron una invitación a adentrarse en el mundo de este enigmático animal marino. Nos reunimos a conversar sobre lo que sabíamos —y también sobre lo que no sabíamos— de las medusas: surgieron dudas, intuiciones, relatos personales y mitos. Jugamos a encarnarlas mediante ejercicios de escritura especulativa, imaginando qué presenciaron en distintas épocas planetarias. También modelamos formas libres con arcilla y agua, mientras compartiamos anécdotas e historias de vida marcadas por la relación con el mar.

En el transcurso de estos encuentros, comenzaron a emerger también los primeros aprendizajes que ellas podían ofrecernos: su capacidad de adaptación, su transparencia, su movimiento fluido y su aparente sencillez. Estos conceptos fueron tomando forma en la conversación, en el juego, en la observación atenta. Más adelante se desplegarían en la playa como experiencias sensibles, y luego regresarían a las escuelas como contenidos pedagógicos.

Pero algo igual de importante ocurrió en esos talleres: nos conocimos. Conversamos largamente. Escuchamos historias del mar, del trabajo, de la infancia. Supimos de María Elena y su vínculo con Punta del Lacho; de Nancy, artesana y recolectora; de Luis, encargado de la biblioteca municipal y cruzólogo –experto en Las Cruces–; de Coni, bibliotecaria del ECIM, que alguna vez se encontró cara a cara con una medusa en la orilla. Fueron esos vínculos los que dieron sustancia y sentido al proyecto: no se trataba solo de diseñar una instalación o una actividad, sino de tramar algo en común, desde lo que cada quien tenía para ofrecer. Por eso la programación del evento del 20 de diciembre no fue diseñada desde afuera, sino que nació directamente de ese tejido. Fueron las propias participantes quienes propusieron los talleres y charlas, desde sus oficios, saberes y afectos por el territorio.

La cúspide: Experiencia en la playa
El 20 de diciembre, justo cuando el sol comenzaba a asomarse, apareció en la Playa Chica de Las Cruces una gran carpa con forma de medusa. Desde las seis de la mañana, esta figura ondulante comenzó a recibir a vecinas, veraneantes y curiosos, invitándolos a sumarse a una jornada de talleres, charlas, demostraciones e incluso un cine nocturno bajo las estrellas. Una videoproyección creada por Ana Edwards y musicalizada por Aníbal Bley, que comulgó a más de cincuenta personas, reunidas en torno a imágenes en movimiento que envolvían la carpa, generando una atmósfera hipnótica, como si las medusas bailaran en las profundidades del océano.

La programación fue tan coral como el tejido que la sostuvo: María Elena, con sus historias de Punta del Lacho; la mesa de artesanos locales; la cooperativa de mariscadoras; Coni, desde la Biblioteca Escolar Futuro del ECIM; y las biólogas marinas del centro, entre otras voces, compartieron saberes, relatos y oficios nacidos del propio territorio.

A lo largo del día, la curiosidad se fue contagiando. Quienes habían llegado solo a tomar sol o bañarse comenzaron a acercarse, extendiendo sus toallas cada vez más cerca de esta criatura textil. El espacio se convirtió en un aula abierta donde, con los pies hundidos en la arena, se compartieron historias, se dibujaron criaturas marinas, se observaron organismos microscópicos y se tejieron lazos.
La carpa no enseñaba desde el discurso, sino desde la experiencia. El asombro, la curiosidad y el afecto fueron los motores principales de esta jornada. Al reunir a la comunidad, se generó un espacio de aprendizaje colectivo, de esos que permanecen en la memoria no por la cantidad de información, sino por la intensidad del vínculo.

El descenso: Lecciones para las escuelas
Sabemos que las experiencias significativas pueden abrir puertas, pero para que se transformen en aprendizajes duraderos, es necesario volver. Por eso, en mayo —mes del mar— regresamos a Las Cruces con un nuevo objetivo: llevar a las escuelas los aprendizajes que la medusa nos dejó. Esa criatura nos enseñó a fluir, a asombrarnos con lo pequeño, a vivir de forma más colectiva y a entregarnos a rumbos inesperados.
Durante los meses posteriores al evento, junto a la bióloga marina Celeste Kroeger, de ECIM —parte de la Red de Centros y Estaciones Regionales (RCER UC), grandes aliados en este proyecto—, diseñamos, prototipamos y creamos propuestas pedagógicas inéditas que nos acercaran a las medusas y al plancton como formas de vida sensibles, vitales y fundamentales en los ecosistemas marinos.


Así nacieron El pincel de la medusa, implementado con 3º y 4º básico en la Escuela Básica Las Cruces, y Las vidas del plancton, llevado a un 6º básico del Colegio El Tabo. La primera propuso construir pinceles para pintar “como medusas”, explorando formas de movimiento suaves, fluidas y atentas; la segunda invitó a imaginar al plancton como un colectivo a la deriva, creando móviles flotantes que representaban sus ciclos de vida. Ambas actividades fueron recibidas con asombro y entusiasmo por niñas y niños, quienes se entregaron con curiosidad a cada ejercicio.


Antes de comenzar, a cada curso hicimos la misma pregunta:
—¿Quién recuerda una gran medusa sobre la playa en diciembre?


Para nuestra sorpresa, muchas manos se alzaron. No solo la habían visto: la recordaban. Habían participado, aprendido y se sentían parte de lo que allí ocurrió. Estas “lecciones para las escuelas” buscan precisamente eso: sostener el asombro, sembrar nuevas formas de mirar el territorio y cultivar una actitud medusa —adaptativa, sensible, flotante— frente al mundo.

Proyección: Replicar la curva
Lo vivido en Las Cruces no es un final, sino una forma. Una curva convexa que asciende desde el vínculo comunitario, alcanza su punto más alto en el espacio público y desciende en forma de aprendizaje transformador. Este modelo no es una receta, pero sí una orientación: una manera de articular arte, ciencia y educación desde lo afectivo, lo situado y lo colaborativo. Creemos que esta metodología —con su ritmo orgánico, sus múltiples voces y su escucha activa— puede desplegarse en otros territorios costeros, adaptándose a sus saberes, paisajes y comunidades. Queremos que esta medusa viaje. Que su modo de habitar el mundo —lento, atento, flotante— inspire nuevas experiencias de aprendizaje sensibles junto al mar.

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